Pasta con setas y ajo
Los antropólogos piensan que las primeras matanzas de sapiens contra sapiens se remontan al momento en el cual el hombre se asentó, se convirtió en manada territorial, sembró, construyó y se organizó. Muy posiblemente, mientras fueron de nómadas hoy por aquí y mañana por allí, no hubo jefes ni grandes conflictos de liderazgo pero al echar raíces y crecer los grupos todo se torció. Pensaban cada vez más despertando muchos celos, avaricia, envidias y ya se sabe, con tanto malaje en el cuerpo y los clanes cada día más grandes, con más bocas y ambiciosos por todos lados, pues los artesanos dedicaron más tiempo e ingenio a construir armas que utensilios domésticos o de labranza. Y si armas hasta los dientes a un omega con aspiraciones a alfa pero con cero talento pues pasa lo que pasa y esta es la crónica del mundo hasta hoy.
Quizás lo más sobrecogedor en nuestra evolución es la banalización de la violencia. A ver, pienso en el circo romano y no me cabe duda que aquello era un espectáculo frívolo y feroz hambriento de sangre y dolor ajeno. También me viene a la memoria esas historias que se contaban de gente acomodada que viajaba a Madrid en nuestra guerra civil a ver la barbarie de cerca y de paso codearse con Hemingway, George Orwell o John Dos Passos.
En los años 90, una amiga periodista fue invitada a El Salvador porque el gobierno quería convertir el país en un paraíso turístico. Los llevaban y traían de resort en resort y la última noche, antes de regresar a España, ella y otros colegas decidieron salir furtivamente del hotel. El panorama era desolador; las calles estaban llenas de vagabundos mutilados, desmembrados tras los más de diez años de guerra civil. Muchos de estos vagabundos eran niños adictos al pegamento, sin hogar y sin familia. Algunos habían sido niños soldado y los daban por perdidos. Nadie los quería cerca.
En el bar de una gasolinera hablaron con algunos lugareños. Uno de ellos era sacerdote. Se burlaban de estas criaturas; decían que estaban locos, que no tenían remedio. Señalaron a un muchacho de unos doce años y contaron que por un dólar, se dejaba pegar con un bate. Reían al contarlo sin comprender la doble crueldad de quien se ofrece por un dólar y de quien está dispuesto a pagarlo.
No, no es nuevo como concepto pero sí es evidente que contra más seguridad y bienestar tenemos, mayor gala hacemos de nuestra desensibilización convirtiéndonos en espectadores morbosos del sufrimiento ajeno. Hay prensa que, con la excusa de informar, se ensaña machaconamente con los detalles más turbios y escabroso de cada tragedia. ¿Dónde está el límite informativo y dónde comienza la carnaza? ¿Nos importan los límites o de tanto pisarlos ya no los vemos?.
Durante un tiempo, hubo generaciones que crecimos creyendo que erradicar las dictaduras, las guerras y el hambre era posible. El pacifismo parecía palpable pero no ha sido más que un velo que entorpecía la realidad. Seguimos con nuestras carnicerías de sapiens contra sapiens y si bien algunos miran para otro lado en sus mundos de Yupi, el resto disfruta del espectáculo con un gusto malsano y escabroso. Y tanto se está banalizando y polarizando la violencia que los que no empatizamos ni con unos ni con otros nos quedamos sin un lugar donde estar.
Ingredientes:
- 500gr. de pasta y agua abundante para cocer
- 500gr. de setas y champiñones a tu gusto
- 3 dientes de ajo machacados
- 1 copa de vino blanco de mesa
- 3-4 cdas. de queso parmesano a tu gusto
- Sal y pimienta
- Ago de aceite de oliva
- Algo de hierbas frescas
Preparación:
- Pon a calentar el agua para la pasta y la vas cociendo.
- Trocea las setas y los champiñones y los salteas en la sartén con un poco de aceite de oliva. Añade los ajos machacados y saltea hasta que reduzca por completo el líquido.
- Añade el vino, salpimienta y si tienes una ramita de romero añádela. Deja que reduzca por completo el vino a fuego alto.
- Añade el queso parmesano y algo del agua de cocer la pasta para hacer una salsa (como un vaso del agua de cocer). Lo vas moviendo sin parar hasta que forme una salsita ligada.
- Añade la pasta escurrida, algo de hierbas bien picadas, rehogas y terminas mezclado brevemente un poco más de queso parmesano. Sirve inmediatamente.
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