Bollitos enrejados rellenos de nueces y cacao. Geli, la obesión de Adolf

Me llamo Geli. Nadie nunca me llamó Angela, imagino que aún era joven para ello. Además, mi nombre completo no es importante y nada de lo que hice en vida mereció tanta fama. Ni siquiera he pasado a la historia por ser la sobrina de Adolf Hitler. Éramos más sobrinos en la familia. Lamentablemente, soy famosa a mi pesar, por haber enamorado a mi tío hasta perder la razón. Con mi muerte, creí destruir mi odiosa cárcel de cristal en la que todos me mantenían. Creí que al morir, rompería definitivamente con el mundo de mi tío Adolf. Y para mi desesperación, ríos de tinta han corrido desde entonces bañándose en ella una lista interminable de mentirosos, especuladores y oportunistas que han querido reinventar la realidad para acomodarla a sus fantasías. Tal es la obsesión y el morbo que rodeó mi muerte, que más de un pervertido - siempre en nombre de la historia o de la ciencia- aún busca mis restos mortales en el cementerio de Viena con el deseo de desahumar mis huesos y vete tú a saber que esperaran encontrar!

Y es que hay mucho charlatán entre biógrafos e historiadores. Especulan, imaginan y lo dan por cierto. Una sarta de barbaridades gratuitas, solo por no reconocer la verdad. La auténtica. La que no hace vender libros y la que pone los pelos de punta. A mi tío, estas personas, se han esforzado en pintarle como un monstruo con cuernos y rabo pero lo cierto es que fue un dictador como cualquier otro. En mi época no estaban mal vistos. Era lo normal. Es cierto que fue el gran führer de toda Alemania y más tarde también de Austria pero actuó siempre como cualquier otro führer austriaco. De esos que en cada granja o cada pueblo había uno. Que hacía y deshacía a su antojo. Que podía poseer a cualquier mujer que estuviera bajo su protección ya fuera esposa, hija, pariente o sirviente. Porque el derecho a pernada existió y se exhibió sin pudor alguno hasta después de la 2ª Gran Guerra. Son muchos los testimonios de mujeres que han relatado cómo era la vida de entonces y sobra decir, que la sociedad siempre hizo oídos sordos. Nadie se preocupaba de donde salían tantos niños, de por qué pasaban por hermanos varios críos de una misma quinta nacidos con pocos meses de diferencia.

El monstruo que encumbró a mi tío, se llamaba fanatismo. Fanáticos eran los que le rodeaban, esa cúpula de intrigantes y ambiciosos que tejió su fama, que le abrió el camino y que eliminó a cualquier opositor en su marcha a Berlín. Por dónde iba, salían cientos y cientos de fanáticos de cualquier condición y clase social. No solo en Alemania, en toda Europa. Incluso llegaron muchachos transatlánticos con la intención de educarse en las filas de las juventudes hitlerianas. Y quién no le adoraba con gestos visibles, corría peligro y no de manos del régimen nazi, sino de sus propios vecinos.
Tío Adolf se convirtió en mi tutor cuando cumplí los 15 años. Yo tenía dos años cuando mi padre murió así que él fue para mí como un auténtico padre al que quise y admiré con todo mi corazón. Después de su detención y condena tras el intento de golpe de estado conocido como el Putsch de Múnich, le fue prohibido participar en cualquier acto público ante lo cual, decidió dedicar su obligado retiro a la escritura. Alquiló una villa cerca de la frontera austriaca, a pocos kilómetros de Salzburgo e invitó a mi madre para que se encargara de los asuntos domésticos mientras escribía Mein Kampf. Junto con mi madre, nos instalamos en la casa mi hermana y yo. Desde entonces, me convertí en su sobrina favorita algo que mi madre acogió con orgullo y docilidad. Demasiados años viuda y pasando algunas dificultades, ablandan el corazón de cualquier dama venida a menos que debe su resurgir en la buena sociedad a su ilustre e idolatrado hermanastro.

Si mi madre supo o imaginó alguna vez las cosas que me obligó a hacer lo desconozco. Es cierto, que aquel tiempo en Berchtesgaden ha sido para mí el más feliz de mi vida donde viví completamente mimada y cubierta de caprichos y afectos. Tío Adi se mostró siempre dispuesto a escucharme, a seguirme en mis paseos, a poner sonrisa a todas mis fantasías y planes de futuro: quiero cantar, y bailar, quiero triunfar en la Ópera de Viena y quiero... y reía mis fantasías y también las alimentaba solo por darme el gusto. Pagó mis clases de canto y me alentó a no abandonar. Cuando regresó a Múnich me llevó consigo. Cuidaría de completar mi formación, de introducirme en la selecta sociedad aria del partido donde no me sería difícil encontrar un buen partido con el que casarme. Fue llegar a la capital bávara y comenzar mi tormento.

Sus atenciones y su cariño no cesaron jamás. Él me presentaba y me hacía partícipe en sus reuniones y actos sociales los cuales, todo sea dicho, odiaba a rabiar. No era nada sociable, detestaba por defecto a cualquier persona pero si yo le acompañaba -me decía- le era imposible aburrirse. Sus fanáticos, el cinturón de acero que le protegía y tejía el mapa del nacional socialismo, se convirtieron en mi mayor enemigo desde el principio. Nadie se atrevía a aconsejarle sobre mí. Quién osaba meterse en su vida privada, desaparecía de su círculo. Sin embargo, nada de lo que yo hacía era pasado por alto y hasta el más mínimo detalle era enumerado a mi tío con todo tipo de detalles. Sintió celos de mis compañeros de medicina, de mis amistades, de todo aquel que me rozara o me susurrase al odio. A todos los alejó de un plumazo. Yo era demasiado joven e inocente, eso decía. Ya no salí más del piso sin su compañía. Prácticamente nadie me visitaba que él no hubiera dado el visto bueno y llegó un momento, que nadie lo hacía sin estar él presente. Todos callaban y cerraban filas ante el führer. Sé que todos sabían lo que me obligaba a hacer. ¡Dios mío! qué cosas más horribles he tenido que hacer... todos ellos, tenían que ver mi pena, oír mis lágrimas y mascar mi angustia. Sí, todos sabían y por supuesto, consentían.
Si me enamoré o no de Emil es algo que ya poco importa. De hecho, no viví lo suficiente para descubrirlo. Quién podría reprocharme el haber buscado el modo de abandonar esa vida, de buscar la manera de poseer la mía propia donde amar y ser amada por propia iniciativa. Emil fue mi príncipe azul, el único que tuvo la osadía de besar el tesoro de Hitler y, lo más importante para mí, de tener el valor de hablar con mi tío. No sé si fue un valiente o un insensato pero le pidió formalmente mi mano. Tío Adi, se negó. Dijo que yo era demasiado joven para casarme. Le alejó de la casa y del círculo de poder. Fue despedido de su cargo de guardaespaldas y chófer personal sin ningún miramiento -a pesar de haber sido uno de los fundadores del movimiento- y a mí, para calmar mi ira y mi odio -algo que no soportaba- me prometió que si esperábamos dos años, consentiría el noviazgo. Muy pronto comprendimos que no, que ni en mil años me dejaría marchar. Jamás.

Esa tarde, mi tío partía a Nuremberg. Le hice personalmente, como siempre, el equipaje. Le pedí, no, le supliqué, que me dejará ir unos meses a Viena. Yo seguía con mi sueño de ser cantante. Me reprochó, me aleccionó e ignoró todo lo que yo le decía. Salió del apartamento sin despedirse. Me asomé al ventanal y le grité "Entonces ¿esto significa que no puedo ir?" Miró hacia la ventana, me saludó con la mano y se metió en el coche. Efectivamente, era un no. Otro más. El último, pensé. Éste será su último no. Tengo que escapar de él. Y lloré. Todos me tuvieron que oír. Esa noche, se escuchó un disparo pero nadie acudió a socorrerme. El certificado oficial, suicidio, pero la prensa cuestionó esta posibilidad. Yo morí de un disparo en el pecho. Perforó uno de mis pulmones y hallé la muerte por asfixia. Mi nariz estaba rota y mi cuerpo presentaba algunos hematomas. Si fueron por la caída o causados antes del disparo o si mis manos y mi vestido tenían restos de pólvora, jamás se supo. Nada se investigó. No hubo autopsia. Dejé una carta a medio escribir. Se dijo que dirigida a mi profesor de canto donde le contaba que nos encontraríamos pronto en Viena. Pero todo se destruyó. Cuando la policía acudió, el cuarto estaba limpio y recogido. Solo quedó mi cuerpo inerte, el charco de sangre y la walter de mi tío cerca de mi mano. A pesar de constar como motivo de la muerte, el suicidio, recibí un entierro católico y sepultura en campo santo. Nada se supo, nada se dijo. Mi tío perdió la razón.

Durante semanas vivió al borde de la locura y del suicidio. Cerró con llave mi cuarto y pasaba horas en él. Lloró durante años cada vez que miraba uno de mis retratos. Mi tío vivió atormentado por mi muerte. No quiso jamás a nadie y cada día se mostró más introvertido y alejado de todos. Cada navidad, se encerraba en la habitación de los recuerdos. Dijo -y lo cumplió- que jamás amaría a otra mujer. El partido maquilló estas declaraciones diciendo que el führer había decidido consagrar su vida a la nación. Y todos callaron. Como es lógico, después de la guerra, todos sabían lo que ocurrió, cada uno contó una historia diferente y todos ellos, los muy miserables, aseguraban que fueron nuestros amigos de confianza. Mentira. A mí no se me permitió tener amigos. Mi tío Adi jamás simpatizó con nadie. Incluso con Eva, siempre fue distante y desprendido. Eva quiso suicidarse en dos ocasiones para llamar su atención. La primera vez, con un disparo en el pecho, una réplica de su tormento. En esa ocasión, le regaló una casa en compensación y consintió en verla con más asiduidad pero Eva seguía teniendo que abandonar el salón cada vez que mi tío tenía visita oficial o privada. La segunda vez, le advirtió que si volvía a intentarlo, la abandonaría. Pero no fue cierto. La tercera, cuando llamó al bunker y le pidió que la dejase compartir sus últimas horas y que deseaba morir a su lado, en compensación, minutos antes se casó con ella... así fue él. Frío e impasible a todo y a todos. Endiosado, solitario e insensible al mundo.

Hoy se celebra el día mundial contra el feminicidio y la violencia de género.


Ingredientes para el brioche:
  • 450gr. de harina de fuerza
  • 1 sobre de levadura de panadero
  • 4 cdas. de azúcar
  • una pizca de sal
  • ralladura de naranja
  • vainilla
  • 3 huevos
  • 150ml. de leche tibia (o mitad leche mitad agua)
  • 50gr. de mantequilla
  • 1/2 plancha de hojaldre

Ingredientes para el relleno:
  • 150gr. de nueces 
  • 40gr. de azúcar morena
  • 40gr. de galletas tipo maría o pan rallado 
  • 2 cdas. de cacao 100% puro
  • leche (la que admita, nunca es la misma)

Preparación:
  1. Derrite la mantequilla en la leche (o la mezcla con agua) y reserva hasta que temple y quede tibia. Bate ligeramente los huevos, y reserva un poquito en un pequeño bol o vaso para pincelar los bollitos. Añade los huevos a la leche tibia, la levadura, la vainilla y la ralladura. Bate hasta que quede homogéneo.
  2. En un bol grande, coloca el harina con la sal y añade los ingredientes líquidos. Liga los ingredientes y deja que repose unos 10 minutos para que se desarrolle bien el harina y absorba bien los líquidos. Pasa la masa a la encimera o mesa de trabajo y amasa durante unos minutos hasta que la masa esté lisa y suave. Rectifica de harina si te hiciera falta. Dejamos reposar la masa 2 horas en un lugar templado y alejado de corrientes. Como siempre en un bol cerrado o cubierto con film de cocina o un trapo húmedo.
  3. Mientras hacemos el relleno. Con ayuda de un procesador de alimentos o una buena batidora, molemos juntas las nueces con el azúcar, el cacao y el pan rallado (o las galletas quien lo quiera más dulce). Una vez molido, añadimos leche poco a poco. Empieza con 4 cucharadas y ve rectificando hasta que tengas una masa consistente pero pegajosa (mira en la foto de abajo. Tiene que quedar firme pero no dura).
  4. Cuando la masa esté levada, la pasamos a la encimera enharinada, cortamos porciones de 50-60gr (yo los hice de 60gr. más grandecitos) y procedemos a montar los bollitos. Haz una bola con cada porción, la aplastas haciendo hueco en el medio, cubres con una cucharadita del relleno y procedes a cerrar cada bollito (te lo pones en la palma de la mano, estiras y pliegas todos los bordes como si fuera un saquito y colocas el pliegue en la parte de abajo para que la bolita quede perfecta. Con ayuda de un cortado enrejado, marcas la tira de hojaldre, recortas un cuadratito que pondrás por encima del bollo, estiras la masa para ir escondiendo los bordes debajo del bollo. 
  5. Los colocas en la bandeja de hornear con un papel por encima y los pincelas con el huevo que habíamos reservado mezclado con un chorrito de agua para que no quede muy "plasticosa" la capa pincelada. Deja reposar 20 minutos antes de hornear a 180ºC. Cuando los bollitos cojan color dorado, los sacas del horno y dejas que enfríen por completo.

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12 comentarios

  1. qué ricos! Ideales para cualquier ocasión y super sencillos! Me han encantado 1Besos

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  2. Hola preciosa!!
    Por desgracia hay tantas mujeres que viven una historia similar!!
    Geli se suicidó,a la mayoría las matan y esto parece que va en aumento.
    Qué delicia de bollitos,además te han quedado preciosos,quiero probarlos!!

    Un abrazo

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    1. Carmen querida mía, sí, un sigue y sigue. La violencia de género es el poder malsano del machismo. Eres mía y hago contigo lo que quiera. Muchas mujeres optan por es suicidio, un asesinato enmascarado. En cualquier caso, la verdad sobre Geli no se sabrá jamás.

      Un besazo

      PD:(Sé que vas a caer con estos bollitos. Lo sé. Y ya verás como te encandila esa textura crujiente que da el hojaldre:-)

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  3. No sabía esa historia, hace unos meses estaba haciendo zapping y me llamó la atención un documental sobre Eva, las películas que ella iba grabando mientras estuvo a su lado, quizás sí que las mujeres de su entorno fueron de su posesión, para mi fue un monstruo, mientras hundía el resto de Europa , mientras los Judíos eran asesinados, así que no me extraña nada de la historia de Geli.
    Los bollitos enrejados son una maravilla, quedan preciosos y seguro que deliciosos con esa masa chocolateada dentro.
    Besitos guapa

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    1. Hola Caty, buenos días!
      Hitler era in imbécil. Vago, despreocupado de las cosas de estado, le importaba todo un comino y era de esos listillos que sabía más que nadie aunque dijera sandeces. Si alguien le corregía, desaparecía de su entorno. Al final, solo se interesaba por la guerra (le gustaban mucho jugar a los soldaditos de plomo) y la arquitectura que se pasaba horas haciendo planos y maquetas para reconstruir Berlín y Linz. Llegó a decir que si el pueblo alemán no conseguía ganar la guerra entonces no merecía sobrevivir. Y lo cierto, es que solo sus sandeces -para el bien de los aliados- llevaron a Alemania a perder la guerra. Sí fue un monstruo y el fanatismo su sicario.

      Besos

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  4. Que maravilla de historia Maite, que bien que escribes y que apropiada para estos tiempos que no paran de recordarme que andamos hacía atrás como los cangrejos, o es que nunca quizás llegamos a avanzar. Los bollitos también me gustan mucho, pero la historia me enganchó totalmente. Un beso guapa

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    1. Muchas gracias Sonia! no vamos para atrás. Lo lamentable es que no avanzamos. Como dijo Darwing, solo las especies que evolucionan sobreviven y nosotros llevamos mal camino.

      Besos

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  5. Me ha gustado mucho leer el post, no conocia esa historia,los bollitos a parte de verse deliciosos son preciosos con ese enrejado,me encantan,besos

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  6. Jamás se sabrá la verdad, como en tantos otros casos que ni siquiera salen a la luz. El 25 de noviembre no debe pasar desapercibido, gracias por recordarlo, aunque las ganas de probar un dulce se me hayan quitado (:

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  7. No conocía esta historia y me ha gustado leerla, como siempre es un lujazo entrar a visitarte y más si la lectura la acompañamos con estos deliciosos bollos.
    Un besazo preciosa y feliz Navidad y el resto del año.<3

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