Capítulo 3: la pasión por el chocolate
¿Por qué perdemos la cabeza por un trozo de chocolate? ¿Qué hace que no podamos o no queramos pasar sin él? ¿Es una pasión o una adicción?La psicología está plagada de tratados sobre el chocolate y sus posibles efectos adictivos en el cerebro así como su capacidad psicosomática en personas con ciertos desequilibrios alimenticios. Se analizan sus componentes farmacológicos con él fin de atribuirle un responsable a ese poder adictivo aunque ningún estudio se ha atrevido aún a señalar un culpable. Se reconoce que la cantidad de cafeína y otras sustancias dopamínicas que contiene el chocolate producen estados de cierta euforia parecidos a los inducidos por la marihuana aunque habría que consumir 12 kilos de golpe para obtener los mismos efectos de un porro.
Estos estudios determinan que parte de su atractivo esta impulsado por la cantidad de azúcar que contiene aunque, lo lamento, esto tampoco me lo creo y, prueba de mi incredulidad es el hábito de los indios precolombinos al chocolate amargo. También se afirma que su capacidad de enganche se debe a la suma de su agradable sabor y a los efectos de estimulación psíquica que produce sobre todo la cafeína. Otra vez. Tampoco me lo creo. He sabido que una taza de café contiene entre 70 a 100 mg. de cafeína frente a los 25 a 35 mg. que contiene una tableta de 60 gr. Si lo que busca nuestro organismo es un chute de cafeína, ¿no caeríamos antes en otras adicciones? ¿por qué preferimos morir por un bombón antes que por una coca-cola, un té o un capuchino?
Otro detalle curioso. En gran parte de estos estudios se reconoce que la mayoría de los chocoadictos sufren o bien otras adiciones, algún tipo de síndrome depresivo o simplemente arrastran problemas alimentarios. Si Hernán Cortés, quién no ha pasado a la historia por su inteligencia cultivada sino más bien por sus dotes sanguinarias, comprendió en poco tiempo los beneficios del chocolate (vigor, energía, euforia y fuerzas renovadas) es normal que en estados carenciales físicos o psíquicos nuestros mecanismos de defensa recurran a la solución más eficaz y placentera…
Por lo tanto, los chocochiflados ¿sufren de pasión o de adición?
En mi opinión, el hecho de que no haya conclusiones psiquiátricas contundentes a cerca de sus influjos no lo convierte en enfermedad. A mi me gusta pensar que son los siglos y siglos del ritual de la cosecha precolombina los que han calado hondamente en el alma de cada semilla de cacao y ese vigor contenido de los indios mexicanos se nos cuela por la venas y nos pide amor y acción. ¿Sustitutivo del sexo? Pero qué barbaridad! Moctezuma y todos sus ancestros deben de revolverse en su mundo mortuorio cada vez que lo decimos. Ellos, que cada vez que deseaban yacer con una concubina bebían los espumosos y amargos chocolates mezclados con vainilla, canela y miel…
Casanova lo sabía, y cambió el champaña por tazas de chocolate para templar sus instintos vigorosos. El marqués de Sade, decía que lo quería “bien negro como el culo del diablo”. Napoleón, el pobre, que no podía pasar sin su taza de chocolate sin saber que su preciado placer no le ayudaba en absoluto con su terrible y silenciosa dolencia: las almorranas. Goethe no renunciaba a su taza de chocolate ni cuando viajaba. Su criado le hacía el chocolate con el agua que se escurría de la capota del coche de caballos. El Ché, en los duros días por Sierra Maestra castigó sin chocolate a algunos de sus compañeros revolucionarios por haber ignorado su orden de no comer naranjas. Y como colofón, esta frase de un político francés del siglo XIX, el señor Savarin: “Cualquier hombre inteligente que se haya sentido necio temporalmente, que se tome medio litro de chocolate y recuperará su ingenio”…
Eso, eso. Me apunto a recuperar el ingenio aunque a algunos les va a parecer contradictorio con lo que voy a soltar: puede que en cada tableta de chocolate aún se conserve una diminuta espora que mantiene atrapada la fuerza de la serpiente emplumada, el dios Quetzalcoatl, quien regaló a la humanidad las semillas de cacao y fertilizó con ellas las tierras del Yucatán. Puestos a perder la razón que sea por una buena causa: un rico y nutritivo trozo de chocolate…
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